23 mayo, 2007

El valor del voto en blanco

Claret Serrahima, Oscar Guayabero (Enviado a El País el 21 de mayo de 2007)

Si es usted un demócrata convencido, un ciudadano responsable y defiende el derecho de participar en las elecciones, pero en este momento no hay ninguna formación política que responda a sus expectativas sobre su ciudad o comunidad autónoma, sólo tiene una solución, fastidiarse.

Podría no ir a votar pero no se sentiría acomodo, mucho nos costó en este país el poder votar como para desentenderse de la democracia. Podría votar al partido que menos se aleje de sus perspectivas pero seria votar a contrapelo, sin ilusión, por inercia. Podría votar nulo, pero su voto no contaría, pero, ¿y si usted decide votar en blanco? En ese caso le recomendamos paciencia.

En primer lugar definamos que es el voto en blanco. Según la ley electoral “es el de aquel votante que no se ha pronunciado por ninguna de las opciones que se presentan a una elección”. Curiosamente, cuando vaya al colegio electoral que le ha sido asignado no encontrará ninguna papeleta en blanco. No es así en otros países europeos y la verdad es extraño que para votar en blanco no se pueda usar un papel blanco, es más si coloca un papel que lleve desde casa, el voto resultará nulo. El sistema es dejar el sobre de votación vacío. Este punto choca de frente con el secreto de voto puesto que ya que en España es el presidente de la mesa electoral quien introduce el sobre en la urna, fácilmente, detectará, por la consistencia del sobre, que este está vacío. Es una situación claramente inconstitucional. Por otro lado, en el momento del recuento los sobres vacíos se confunden a menudo con los votos nulos. Esto debería ser controlado por los supervisores de los partidos políticos pero son precisamente ellos los más interesados en que el voto en blanco pase desapercibido.

En las ultimas elecciones municipales en Barcelona hubieron 12.679 votos en blanco, es decir un 1,7 % de los votantes. Es una cifra discreta pero como ya hemos dicho muchos de los votos blancos resultaron nulos. En todo caso es la cifra más elevada después de los partidos que obtuvieron representación municipal.

En el momento de asignar los concejales de cada formación los votos en blanco se suman a los votos nulos y a las personas que no han ido a votar. Es decir, que la ley D’Hondt considera lo mismo el voto en blanco que no votar, en el momento de repartir los escaños o los regidores. Este sistema produce que los partidos consigan mejores resultados en concejales que en número de votos. Lo que si podemos desmentir es que el voto en blanco favorezca al partido ganador, ni que se sumen a sus votos, tal como las leyendas urbanas difunden. Simplemente, no cuentan.

Bien, al margen de la casuística concreta y de la información técnica para posibles usuarios, cabria preguntarse que sentido tiene el voto en blanco. La duda es lo que debemos hacer con un grupo de ciudadanos que, en las pasadas elecciones generales, reunieron más votos en el conjunto de España, que Coalición Canaria, ICV-EuiA o el BNG en sus comunidades respectivas y que en las elecciones europeas con 357.583 votos logró votos suficientes para un escaño, que quizás debería estar hoy vacío.

Las razones para votar en blanco pueden ser diversas, se argumenta, por tanto no se puede unificar en un sólo grupo. Si eso es cierto, no lo es menos que los votos que van a los partidos políticos también son de lo más variables. Ciudadanos en blanco (http://www.ciudadanosenblanco.com), es un colectivo que se define como un no-partido que trabaja porque el voto en blanco es computable y prometen dejar vacíos los escaños que consigan. No tienen programa electoral y su único objetivo es que votar en blanco tenga un valor en democracia.

Regresando a la esencia, cabe especular sobre cuales son los males de nuestra democracia para que surjan este tipo de iniciativas. Ya hay muchas voces que están reclamando un cambio de funcionamiento desde la actual democracia representativa hacia una democracia participativa, donde los ciudadanos tengan más implicación en el funcionamiento de su sociedad más allá de votar cada 4 años. Hay modelos tal como los de Curitiva o Porto Alegre en Brasil pero también otros más cercanos desde Sant Denis en la periferia de Paris a Rubí en Catalunya. La idea de que como ciudadanos seamos coparticipes y también corresponsables de cómo y en que gastamos los fondos públicos de que cambios debe tener nuestra ciudad o de donde conviene construir una nueva escuela o hospital, no es una quimera. Cuando el dia después de las elecciones los partidos lamenten la escasa participación, probablemente ninguno de ellos apuntará en esta dirección pero parece un camino digno a tener en cuenta.

Otro rasgo de obertura democrática más sencillo seria el establecimiento de las listas abiertas en los partidos políticos, al menos en las elecciones de proximidad como las actuales, es decir que los votantes pidiéramos elegir que personas de nuestra formación política elegida. Y es posible, en algunos municipios de Cataluña ya se hace como en Vallbona de Monjes y también en muchos municipios pequeños donde la elección del alcalde se hace de forma directa y asamblearia.

El voto en blanco tiene una significación política, no es una opción apolítica sino plenamente ideológica. Por todas partes, los casos de corrupción urbanística, la falta de vivienda social, la perdida de libertades en el uso del espacio público, las dificultades con las nuevas culturas que ya están aquí, los modelos de turismo intensivo, la mercantilización de las ciudades son problemas acuciantes que los políticos no afrontan. En cambio las sempiternas y estériles polémicas sobre las siglas políticas, los pactos, los gestos grandilocuentes y vacíos, llenan los espacios electorales. Ni a los periodistas les dejan hacer su trabajo durante la campaña, todo está acotado, pactado, negociado. No es de extrañar que haya un cierto clima de desobediencia civil, que el día 27 se expresará en un claro y nítido voto en blanco. ¿Escucharan esta vez los votos disidentes de un sistema de partidos que hace aguas?

08 mayo, 2007

Cap a una cultura inútil

Claret serrahima, Oscar Guayabero (Avui, 8 de maig del 2007)

En un temps de domini del mercat, la cultura cau fàcilment en l'utilitarisme. Només se'n salven els qui s'arrisquen
Art i cultura seran útils o no seran. Dins d'un model de societat mercantilista, la cultura ha perdut el sentit per ella mateixa i s'estableix com un mitjà per aconseguir alguna cosa més. Des de l'imaginari nacionalista a les reivindicacions de gènere, des de la revalorització de ciutats fins a la decoració d'interiors o el rendiment d'inversions, la cultura té un paper instrumental.

Però no pensem en termes racionalistes ni d'arts aplicades; la funció de la cultura no és pas el seu valor d'ús sinó la seva utilitat per a altres finalitats. Fins i tot, l'arquitectura i el disseny han estat utilitzats més enllà de la seva suposada funcionalitat. A vegades han servit per significar ciutats dins del mercat turístic o per revestir dubtoses operacions urbanístiques. Els governs d'arreu els utilitzen com a mitjà de visualització de la seva aposta per la modernitat, sovint per amagar la seva incomprensió del fet modern.

Des de la dansa fins al cinema, les obres són instruments en mans de plantejaments més obscurs. Es podria dir que sempre ha estat així i que la construcció de catedrals no és sinó una eina d'adoctrinament. Els encàrrecs sempre eren fets per a la glòria del client, fos l'Església, un govern o els Mèdici de torn.

Tanmateix, hi ha un fet diferencial: des de l'establiment de règims democràtics apareixen els gestors públics de la cultura. Aquests gestors haurien de facilitar els mitjans als generadors de cultura. L'aparició d'aquests nous agents hauria d'afavorir la creació com a fi i no com a mitjà. L'artista, l'escriptor, el director teatral, només haurien de ser deutors d'ells mateixos i de la seva recerca personal. Però la temptació d'utilitzar la cultura en benefici propi és massa gran i sovint els gestors públics culturals es converteixen en programadors, productors i fins i tot en comissaris de la cultura.

Alhora, el sector comença a tenir un pes específic en l'economia. Alguns estudis diuen que les empreses dedicades a la innovació i la creació en camps com l'arquitectura, l'audiovisual, la moda o el disseny ja representen a la ciutat de Barcelona i la seva àrea metropolitana al voltant del 18% del PIB. Sense comptar les interaccions entre cultura i turisme, cada cop més presents.

Aquest és el context en què som ara i per això no cal estranyar-se dels rumors que corren per Barcelona, amb les eleccions municipals al caure, que, de sobte, totes les formacions polítiques amb possibilitats de governar reclamen l'àrea de cultura per a ells. La regidoria de Cultura sembla que serà de les més sol·licitades, sigui quina sigui la conjunció de partits que governin els propers quatre anys. Així, de l'agradable sorpresa per l'interès per la cultura hem de passar a l'anàlisi crítica dels possibles resultats d'aquest nou atractiu de la cultura per a la política.

El valor de la inutilitat

Si la cultura és útil per a altres finalitats, només seran viables aquells projectes que encaixin amb aquest objectiu. Ni l'art ni la literatura, ni cap altre expressió cultural seran valorats per la seva qualitat sinó per si són eficients transmissors dels valors i les consignes que s'amaguin al darrere. Hi ha la sospita que és aquest, malauradament, l'atractiu que tenen els departaments de cultura per als partits.

És aleshores quan cal reivindicar un art inútil. És a dir, una cultura que no es deixi envasar al buit, que no pugui ser fàcilment utilitzada com a argument per als tour operators, que sigui de difícil encaix per al que és políticament correcte. D'aquesta inutilitat política, de màrqueting, turística, n'esdevindrà el seu valor de compulsió. A la fi, l'art ens commourà o no serà més que decoració.

Necessitem una nova cultura que sigui difícil de subvencionar, que no s'escaigui als museus, que no agradi als llibreters, que els teatres en siguin reacis. Es mourà pels circuits menys institucionals, pels públics menys acomodats. Una cultura que s'escapi dels departaments de cultura, i que sigui tremendament inútil. Sabem que a la llarga el sistema establirà mecanismes per domesticar-la, per subvencionar-la, per poder-la inaugurar, però tot el temps que estigui fora d'aquest corral serà temps guanyat per a la creació amb majúscules.

Si volem recuperar el fruir de la cultura, hem de cercar aquella per a la qual cap institució ha mostrat interès: trobarem molta morralla, sens dubte, però enmig s'hi amaga la cultura emergent que ens pot treure de l'ensopiment que tenim. Potser cal reivindicar l'art amateur, territori on la cultura es inútil, és a dir políticament ineficaç. Si l'amateurisme és completament inútil, benvingut sigui. Potser, la cultura serà amateur o no serà?